Foto: Lechuguinos.com

El periodista José Negrón Valera del portal web Sputnik, elaboró un trabajo especial sobre la guerra imaginacional en el nuevo mundo aquí le dejamos la segunda entrega para su lectura.

Estamos a las puertas de un nuevo mundo, o al menos así lo ha declarado Klaus Schwab, fundador del Foro Económico Mundial: una «cuarta revolución industrial», dominada por la intersección de las dimensiones físicas, biológicas y digitales en la vida humana.

Los arrebatos, en apariencia infantiles, de Donald Trump en contra de China, y en especial contra el gigante de las telecomunicaciones Huawei, demuestran que entiende el valor de la transformación que se avecina.

La tecnología 5G será el terreno donde se asiente esta nueva tierra prometida y Estados Unidos no puede permitir que sean otros quienes planten la primera semilla.

Mucho se ha escrito últimamente al respecto de la confrontación entre ambas potencias. Sin embargo, aún quedan zonas grises de las cuales no se quiere hablar, no al menos en voz alta.

Aspectos velados, que son objeto de severo estudio no precisamente por los tanques pensantes que se dan cita en los foros económicos mundiales, sino por otros, cuyo perfil es más reservado y discreto.

¿Qué buscan al controlar la tecnología 5G? O dicho de otro modo, ¿qué transita por las redes de comunicación e información que sea tan preciado por las superpotencias?

Lo que casi siempre queda subterráneo dentro de los debates, difuminado por las argumentaciones de corte económica y militar, es que el centro de toda esta gran disputa no es otra cosa sino el acceso a la mente.

No se trata de un asunto técnico, sino de una nueva alquimia planetaria. Usted es un nodo dentro de la red del control global y la pantalla que le acompaña a casi todas partes, la puerta de este nuevo sistema.

​A esto se resume lo que llamamos guerra ‘imaginacional’, el conflicto cuyo campo de batalla es la cultura y donde el arma son las nuevas tecnologías de comunicación e información. Se lucha por y para la hegemonía simbólica, es decir, para instaurar una determinada forma de concebir e interpretar el mundo.

Podríamos considerar que lo que ocurre en el mundo simbólico no tiene efectos en el mundo concreto. Sin embargo, es mucho más importante de lo que se cree. No hay ningún efecto social y/o político que no haya sido previamente canalizado a través del imaginario.

 

Es decir, la forma que tendrá el capitalismo, la sociedad democrática, la religión, la propia reproducción de la especie, la relación con el planeta tierra, pasará primero por este tamiz.

El poeta Rainer Maria Rilke lo diría en los siguientes términos: «Lo que [nos] llega posee tal adelanto sobre lo que pensamos, sobre nuestras intenciones, que jamás podemos alcanzarlo, ni jamás conocer su verdadera experiencia». Así funciona el modelaje.

La era de lo ‘imaginacional’

Melinda Davis, investigadora norteamericana que dirige un tanque de pensamiento dedicado a la investigación de ‘marketing’ y nuevos mercados, apuntaba que a partir de 1993, fecha oficial del nacimiento de internet, entramos en una era de lo ‘imaginacional’ que ha trastocado absolutamente toda nuestra cotidianidad.

Davis explica que a partir de dicho año se suscitó un cambio de rumbo en «el mundo que podemos ver y experimentar fuera de nosotros mismos y el mundo que solo podemos percibir dentro de nuestros cerebros”.

Para la investigadora, con la llegada de internet afrontamos como humanidad lo que podría considerarse el gran problema de nuestro tiempo.

«La gran acción de nuestra vida no tiene lugar en el universo concreto y material, sino en el mundo inasible del pensamiento, la imagen y la idea. Este fenómeno absolutamente extraordinario por el cual la realidad interior se vuelve más apremiante, más real que la exterior, se ha apoderado de la corriente principal de la experiencia humana. La misma realidad se ha vuelto mental. Se podría decir que el futuro está en el cerebro», concluye Davis.

Esta transformación, o mejor dicho, este nuevo régimen de tecno-social que impulsa internet, afecta especialmente la órbita occidental capitalista, pero también a los países periféricos que son radiados por la influencia creciente de las nuevas tecnologías en su vida diaria.

La característica fundamental de este fenómeno viene a ser según Melinda Davis, el abandono de la realidad física como hábitat primordial de la especie

Lo que era ‘no material’ ha dejado de ser ‘inmaterial’, o dicho en otro modo, el mundo ‘imaginacional’ es una realidad invisible de ideas y electrones que existe —y que puede ser experimentada— en la imaginación humana. Refiere a un mundo cada vez más común de datos digitales que avasallan nuestras mentes.

Para Davis, lo que conocemos como la experiencia del mundo concreto está desapareciendo. Con ello «afrontamos problemas para reconocer la realidad y experimentamos lo que la comunidad psiquiátrica denomina ‘desrealización'».

​Los medios de comunicación juegan un papel determinante en esta situación. Son ellos lo que hacen posible la vida ‘imaginacional’ a través de la marea permanente e imparable de imágenes e información aceleradas por la dimensión tecnológica, lo cual nos obliga a «pasar una creciente cantidad de tiempo dentro de nuestros cráneos, atascados en el tráfico mental», explica la investigadora.

Según un estudio realizado por el grupo de investigación Nielsen, en Estados Unidos, los adultos pasan más de 11 horas por día interactuando con los medios de comunicación. De esas 11 horas, cuatro horas y 46 minutos se pasan viendo la televisión.

Estos son los principales peligros y amenazas a los que se expone el usuario de tecnologías digitales

Por su parte, el grupo Common Sense Media, reveló que los adolescentes de ese mismo país están expuestos un promedio de nueve horas por día a los medios de comunicación. Los niños de 8 a 12 años, lo están aproximadamente seis horas por día, mientras que los niños de 2 a 5 años, están 32 horas por semana delante de una pantalla (por ejemplo, viendo televisión, videos, juegos).

La consultora estratégica, Jacqueline Montes, refería a Sputnik que el último informe de la empresa Domo, conocido como Data Never Sleeps 6.0 sobre el movimiento de data que se produce en internet en 2018, mostraba los siguientes resultados:

«4.333.560 personas ven videos en YouTube por minuto, al tiempo que 473.400 tuits son publicados, 12.986.111 mensajes de texto son enviados, por mencionar solo tres cosas que ocurren cada 60 segundos, y sin contar que se estima que para el 2020 en el planeta se producirán 1,7 MB de datos por segundo por persona».

Si se unen ambas estadísticas, la exposición a las interfaces electrónicas más la cantidad de información que discurre por las redes de comunicación e información, tendremos una idea bastante aproximada del por qué la llegada del 5G causa tanto revuelo.

La conquista del mundo ‘imaginacional’, tendrá tanto o más valor estratégico que la búsqueda de recursos energéticos o de biodiversidad. Puede que estemos en el umbral de la primera gran guerra por la influencia de un territorio que no podemos tocar con nuestras manos, pero que aun así, impacta brutalmente sobre la vida material.

 

El ‘Dorado digital’

Este inmenso flujo de información que transita por internet, y que se acrecienta segundo a segundo, viene a ser el objeto de deseo de cada actor del entramado político, económico y militar del planeta.

Manejar la infraestructura digital y el procesamiento masivo de esos datos, brindará ventajas definitivas a la potencia que pegue primero.

 

 

​Las grandes empresas tecnológicas como Google o Facebook fingen una cándida sorpresa ante la arremetida de Trump, pero es indudable que han mostrado sus preocupaciones ante China en los ‘lugares de debate seguro’ como las reuniones de Bilderberg.

Su modelo de negocios está cimentado sobre el poder de controlar el procesamiento de datos, lo cual se pone en riesgo si Estados Unidos pierde control sobre la infraestructural digital.

No se trata simplemente de conocer los patrones de consumo o influenciar unas determinadas elecciones —caso de Cambridge Analytica—, sino de ceder la posibilidad de diseñar los modos de vida de enormes grupos poblacionales. No es poca cosa el trofeo de esta guerra.

Piénsese tan solo en la noticia de que Estados Unidos hará revisión de las redes sociales de quienes soliciten visa de entrada a dicho país.

La excusa, como siempre, será la lucha contra el terrorismo. Sin embargo, el asunto plantea grandes complejidades.

Una de ellas es la comprobación de que ambos mundos no solo se superponen, sino que se convierten en uno. Por otro lado, la coerción estilo ‘Gran Hermano’ que plantea esta medida, da una idea bastante aproximada de cómo sería un planeta cuya infraestructura digital estuviese controlada por dicho país. La distopía llegó para quedarse.

 

La catástrofe de lo ‘imaginacional’

Aunque pueda decirse que la guerra ‘imaginacional’ no es sino la misma guerra cultural con esteroides y que las megacorporaciones de telecomunicaciones no hacen nada que la mercadotecnia de siglo XX no haya experimentado antes, lo que sí es cierto es que nunca como ahora la tecnología había apartado tanto a los humanos de la realidad concreta.

​El antropólogo Marc Augé, consideraba que vivimos una «catástrofe» a la cual hay que prestar mucha atención y destacaba la posibilidad de que lo «real se ha convertido en ficción». Y en toda ficción, apunta Augé, lo que priva no solo es la superabundancia de imágenes, sino sobre todo «la abstracción de la mirada».

Mirada que es en sí misma la única que nos pertenece y donde entra en juego nuestra identidad y lo que somos. No se trata del secuestro de nuestros ojos 10 horas al día a través de una pantalla. Se trata de la monopolización de nuestros referentes, símbolos, expectativas, recuerdos y utopías.

En esta guerra ‘imaginacional’, la reconfiguración y aseguramiento del imaginario colectivo será el objetivo estratégico. Una parcela corporativizada donde el que venza va a colocar su gran bandera, un nuevo mundo, un nuevo pensamiento.

Cuando volvamos a escuchar de la batalla por la tecnología 5G, ya no hablemos de vigilancia en tiempo real, una nueva economía mediada por el conocimiento, el próximo ecosistema digital, y todas esas cosas con que nos distraen en las charlas TED y los segmentos televisados del Foro Económico Mundial.

Pensemos más bien en que vivimos en un planeta de recursos limitados y con un modelo expansivo y abrasador que concentra la riqueza y reparte la pobreza. Pensemos en qué cada vez más la élite necesitará mayor represión para mantener su privilegiado nivel de vida. Pensemos más bien, en cuál será la próxima serie de televisión que nos mantendrá ocupados mentalmente, mientras las bombas arrasan Yemen y Palestina.

Pensemos, pensemos…pensemos en eso.

Redacción José Negrón Valera-Sputnik