Lo hemos vivido en carne propia. Lo hemos visto en nuestros hijos. No necesitamos que los psicólogos nos confirmen que los infantes «que ven comiquitas violentas son más propensos a desórdenes del sueño». Eso ya lo sabíamos. Sin embargo, cuando investigamos un poco, corroboramos que las grandes corporaciones también lo saben.
Rastrear la causa
El primer incidente ocurrió en el 2017, durante una breve estancia en La Habana, Cuba. Miranda, mi hija mayor se despierta intranquila, me confiesa que «no puede dejar de pensar en ‘Otra semana en Cartoon’«, un pequeño micro animado de la conocida cadena de contenido infantil, que estuvo viendo durante unos cuantos días.
El segundo episodio tiene lugar ya en Caracas, un par de meses después. Esta vez, es mi hija menor quien no logra conciliar el sueño. Manuela se encontraba francamente aterrada y ante mi pregunta sobre qué le asustaba solo atinó a contestar «No me puedo sacar de la mente los zombies de ‘Acampados’» (‘Campamento Kikiwaka’ en España).
La pequeña crónica podría ser la de cualquier padre que ha tenido que enfrentarse a los terrores nocturnos de sus hijos, en especial a aquellos que son producto de la exposición a cierto contenido de la televisión e internet. Sin embargo, me hizo encender las alarmas sobre un fenómeno que aunque no es nuevo, si cobra mayor repercusión vista la omnipresencia de contenidos audiovisuales a los que los que millones de niños están expuestos vía las nuevas tecnologías de información.
Políticas de miedo
Son muchísimos los estudios que se encuentran disponibles en internet que nos alertan en torno a la estrecha relación entre la exposición a comiquitas violentas y padecimientos como los disturbios de sueños y la ansiedad infantil.
No obstante, no se trata de un fenómeno que compete exclusivamente a la infancia. El miedo, afirma Joanna Bourke, podría estar convirtiéndose en el signo de nuestro tiempo. «Hoy tenemos tanto miedo como en la Edad Media y más que en el siglo XIX» sostiene la historiadora neozelandesa.
Para Bourke existe una exacerbación del miedo como mecanismo de control, específicamente desde los ataques terroristas del 11 de septiembre. A su juicio, hay Gobiernos como los de Estados Unidos y Reino Unido que han promovido la paranoia colectiva, para desarrollar toda suerte de políticas de orden social.
«La gente tiene mucho miedo, vivimos en un mundo sobrecargado de peligros: la alimentación, el cáncer, el cambio climático… estamos sobreexpuestos a información que produce miedo», puntualiza.
Los medios masivos de difusión son tremendamente responsables de esta escalada de temor.
El documental francés ‘El juego de la muerte’ explica que la maximización de los mensajes violentos y terroríficos no se tratan «de casos aislados» o asociadas exclusivamente con la esfera política, sino que se han convertido en el verdadero ‘leitmotiv’ del mundo del entretenimiento.
Desde la llegada de los ‘Reality Shows’, afirma el documental, la mayoría de las cadenas comerciales se apalancaron en «la humillación, la violencia y la crueldad para crear programas cada vez más extremos».
Disney, una historia de terror
Si prestamos un mínimo de atención a los contenidos hechos por Disney para los niños y adolescentes, podríamos determinar un patrón. Una especie de receta que parece convertirse en las características distintivas bajo las cuales funcionan los mecanismos que disparan la ansiedad y el miedo:
1) 99% drama y un 1% de felicidad
Los ‘finales felices’ tienen una razón. Es necesario un pequeño oasis que permita no irse con una idea negativa de la película. Tomemos el caso de ‘Frozen’, por solo citar un pequeño ejemplo.
Desde que inicia la película, el espectador infantil está sometido a tragedia, tras tragedia. Las emociones asociadas a la tristeza y a la angustia, transitan a lo largo de la cinta sin dar un minuto de descanso. Es en el último tramo donde se hace una reivindicación de la heroína y se castiga al personaje antagonista. Por supuesto, este momento no dura más de cinco minutos en un largometraje de casi dos horas. Una estructura que se repite una y otra vez, en cada producción de la transnacional del entretenimiento.
2) ¡Mata a la madre!
Para Don Hahn, alto directivo de Disney, existen dos razones que justifican que los protagonistas casi nunca tengan madres (o que las mismas deban morir al inicio de la película).
La primera razón, tildada como ‘práctica’, se justifica con el estrecho margen que tiene el protagonista para ‘crecer’ y enfrentar el mundo. La mejor estrategia que encontraron para acortar la curva de aprendizaje no fue otra que asesinar al vínculo afectivo más importante.
La segunda razón es que el propio Walt Disney se sentía culpable de la muerte de su madre, ocurrida en un accidente doméstico. «Hay una teoría, y no soy psicólogo, pero estaba realmente atormentado por eso», confiesa Hahn. Este hecho al parecer determinaría la propensión del creador del emporio mediático para prescindir de las madres dentro de sus producciones.
Sin embargo, así como a la industria farmacéutica nunca le faltan defensores (especialmente de parte de universidades que reciben subvenciones de esas mismas empresas), la ciencia también salió al rescate de Disney y su fijación con matar personajes sentimentalmente importantes.
Según una investigación de la Universidad de Búfalo, el que los niños observen «estas escenas perturbadoras es una parte importante del inicio de las conversaciones sobre la muerte«. Un buen uso dado al «principio de la autoridad», para que la infancia siga siendo sometida a las devastadoras escenas, claro está, por su propio bien y con el aval de la sacrosanta ciencia.
3) La obsesión por los cuernos
Y no, no hablamos de la famosa fiesta de la Baronesa Rothschild que ha abonado tanto centimetraje dentro de los blogs y canales de Youtube dedicados a la teoría de conspiración.
Desde el nada inocente film ‘Fantasía’ hasta ‘Maléfica’, el universo Disney recurre constantemente al uso de los cuernos como elemento simbólico.
Pongamos por caso, la nueva serie ‘Project Mc2’, transmitido por Netflix, cuya indumentaria al mejor estilo de la película ‘Ojos bien cerrados’ de Kubrick, y sí, para qué negarlo, también de la comentada celebración de la Baronesa Rothschild, nos hace pensar que hay demasiadas similitudes como para que el uso de los cuernos sea simplemente catalogado como un azaroso y descuidado elemento decorativo.
4) ¿Culto a la muerte? Los zombies, vampiros y posesiones demoniacas
Si vemos por ejemplo la serie ‘Acampados’, de las que hablamos al principio, solo tenemos que apreciar el título de algunos de sus capítulos para preguntarnos si son aptas para niños de siete años en adelante. Ellos lo saben, y supongo que llevados por la previsión jurídica de evitar demandas, sugieren al principio de uno de sus capítulos emblemáticos, «Presos de la niebla», ver las imágenes en compañía de un adulto. Como si eso fuese el antídoto para algo llamado ‘memoria’ y ‘trastorno de estrés postraumático’.
Por otro lado, otra serie, catalogada como apta para TODO público, ‘Pequeño Pony: Equestria Girl’, muestra constantes transformaciones de los personajes en figuras demoniacas. Justo lo que los niños deben ver antes de apagar las luces e irse a dormir.
5) ¿Quién es el bueno y quién es el malo?
Aceptémoslo, la realidad no es dicotómica. Sin embargo, cuando hablamos de la formación infantil, se debe ser muy cuidadoso a la hora de trazar líneas.
Las fronteras borrosas entre lo bueno, lo malo, lo solidario o lo egoísta, son variables culturales, pero también dispositivos al servicio de quienes controlan el poder. Una tendencia reciente es invertir el papel y convertir en héroes a quienes no deberían verse como tales. Podríamos volver a citar a ‘Maléfica’, la serie ‘Descendientes’ con su ilustrativo lema «Larga vida al mal» o ‘Monster High’, con su mensaje flotante de «los malos, no son tan malos… también tienen sentimientos y sufren».
Este mecanismo ha sido un objetivo permanente, contrabandeado hasta la saciedad por la industria del cine bélico en películas como ‘El francotirador’ (‘American Sniper’, en inglés) y ‘En tierra hostil’ (‘Hurt Locker’, en inglés) que son usadas para lavar la cara de quienes asesinan civiles inocentes (llamados por Estados Unidos daños colaterales alrededor del mundo), queriendo hacerlos pasar como «gente que solo cumple con su deber» o «que bombardea y asesina» solo en nombre de un bien superior: la libertad y la democracia.
¿Mini Doctrina del Shock?
La investigadora Naomi Klein, en su ‘Doctrina del Shock’ devela los mecanismos que Estados Unidos utiliza para lograr el control político y militar del mundo. Una operación que implica un serie sucesiva de choques (golpes de Estado, terror, medidas económicas e intervenciones militares) con el fin de controlar a la población a través de borrar «las mentes y los cuerpos de las personas y volviéndolos a crear desde cero».
Podríamos usar la metáfora para hablar de los ‘shocks’ que el contenido terrorífico causa en los niños. A diferencia de la tesis de Klein, donde el objetivo es económico y de control político, con la industria cultural el propósito podría estar representado en la búsqueda del modelaje de la sociedad del futuro. Preparar las mentes de los sujetos, los resortes psicoemocionales, para hacerlos propensos y mucho más vulnerables al control de masas posterior.
Steve Jobs, el fundador de Apple, confesó en una entrevista que no permitía que sus hijos usaran el iPad, porque «lo consideraba muy peligroso para ellos». El ejemplo fue seguido por muchos capitanes de la industria tecnológica, quienes querían que sus seres más queridos estuviesen protegidos de los males que sí afrontarían los hijos de sus consumidores (problemas oculares, adicción al dispositivo, contenido pornográfico y/o violento).
¿Pensarán al igual que Jobs, los grandes dueños de empresas como Disney? ¿Permitirán que sus hijos pasen su tiempo expuestos a los contenidos terroríficos que distribuyen para el resto de la población? Posiblemente no. Entonces, si ellos no lo hacen ¿Por qué usted sí?
Vía Sputnik – José Negrón Valera
Redacción Lechuguinos