Enciende las noticias y verás una feroz batalla contra el narcotráfico. Todo parece ir bien hasta que el noticiero concluye y un espectáculo distinto cobra vida. Sin las ataduras de lo políticamente correcto, la televisión se inunda de una realidad distinta. El perseguido se transforma en héroe y su vida en una epopeya. ¿Por qué? ¿Qué nos ocultan?
El ensayista George Lakoff explicó de forma magistral cómo funciona la ‘psicología del marco’ en el momento en que los votantes toman decisiones electorales. Su trabajo se resume de la siguiente forma: la manera en que se presenta una determinada información influye en cómo la percibimos y además si la aceptamos o no.
En las cadenas comerciales de televisión, siempre han existido apologías subliminales al consumo de drogas. Sin embargo, estas han venido tomando preponderancia dentro de los contenidos televisivos. Es decir, han logrado, en la terminología de Lakoff, un mejor ‘encuadre’.
Por un lado tenemos la constante ‘lucha’ de los personajes principales con sus adicciones (‘House’, ‘Nurse Jackie’, ‘Elementary’, ‘The Knick’), centradas comúnmente en ciertos productos farmacológicos cuyo nombre comercial es constantemente puesto de relieve, como ocurre con el Vicodin y Adderall, analgésicos potentes y adictivos.
Podría ser un hecho sin la menor relevancia. No obstante, el sociólogo venezolano Edgardo Lander nos señala que en el Informe Mundial sobre las Drogas se evidencia que solo en Estados Unidos «los casos atendidos en salas de emergencia por el uso no-médico de medicamentos, estimulantes y sedativos que se venden con prescripción médica, han comenzado a superar a los casos relacionados con el uso de drogas ilícitas. Son más baratas, se obtienen con mayor facilidad y su uso es más aceptado socialmente», afirma.
Estos ‘marcos’ que se establecen desde estas series, en vez de causar alejamiento, lo que producen son compasión y entendimiento con el carismático adicto-protagonista.
Es posible llegar a pensar, vista la obsesión de la industria mediática, que estas series se han convertido en una excelente forma de posicionar productos a través de lo que conoce como «publicidad por emplazamiento».
No por casualidad las empresas farmacéuticas son de las corporaciones que más invierten en promociones a través de los medios de difusión en los horarios de máxima audiencia.
Y esto solo es lo que refiere al consumo. ¿Y qué hay de la producción de drogas? Dos series nos lo aclaran.
En primer lugar, la multipremiada (¡Por supuesto!) ‘Breaking Bad’, donde un desesperado profesor de química se encumbra como uno de los productores de metanfetaminas más importantes de Estados Unidos. Todo un héroe moderno. En el otro extremo, se encuentra la comedia ‘Weeds’, donde una joven madre consigue a través de la venta de la marihuana la oportunidad para mantener a sus dos hijos tras la muerte repentina de su esposo.
Capitalismo Gore y la naturaleza de la narcocultura
El filósofo mexicano Fernando Buen Abad declaraba que en estos momentos, especialmente en Latinoamérica, los medios de comunicación estaban construyendo lo que él denomina ‘Reinos culturales del crimen organizado’. Una estrategia para imponer y naturalizar en nuestra cotidianidad una ‘cultura de la destrucción’ apalancados en los símbolos y la estética venidos del narcotráfico.
La poderosa plataforma de entretenimiento Netflix ha enfilado sus baterías en convertir la vida de los narcotraficantes en objetos de culto. Aunque el fenómeno no es nuevo, visto que la producción de novelas y libros con las mismas temáticas ya venía siendo moneda corriente tanto en Colombia como en México, la particular potencia de Netflix ha convertido a capos como Pablo Escobar o el Chapo Guzmán en figuras mundiales.
En un esclarecedor artículo, los investigadores Günther Maihold y Rosa María Sauter de Maihold explican que estas formas de entretenimiento promueve la narcocultura, un modelo de impunidad, «ostentación y (…) del que todo se vale» con tal de salir de la pobreza.
La filósofa mexicana Sayak Valencia lleva más lejos el análisis considerando que, en última instancia, lo que se naturaliza en la juventud a través de la exaltación de la vida de los Narcos es el ‘capitalismo gore’. Es decir: «la obediencia ciega a las demandas de hiperconsumo (…) que nos ponen de frente con nuestra imposibilidad de consumirlo todo y desemboca en frustración constante y esta, a su vez, en agresividad y violencias explícitas».
Ese capitalismo gore legitima la economía de la violencia y la muerte como formas para alcanzar los niveles de vida que se muestran en la pantalla.
El gran negocio de la guerra infinita contra las drogas
A pesar de que las distintas administraciones norteamericanas, al menos desde la década de los setenta, han estado luchando la ‘guerra contra las drogas’. Fue a partir del ataque del 11 de septiembre cuando se articuló terrorismo y narcotráfico.
Esta conjunción ha permitido que, por ejemplo, en el caso de América Latina, Estados Unidos, haya instalado en 2009 nada más que en Colombia siete bases militares con el pretexto de hacer frente a la producción y distribución de la droga.
Casi diez años después, lo que tenemos en términos de resultados puede parecer casi una broma.
Mientras que la DEA informa que el 92% de la cocaína que llega a Estados Unidos proviene de Colombia, el país suramericano le solicita al Gobierno norteamericano que atienda «el grave problema interno que tiene de drogadicción»
Lo que se deriva de estas declaraciones públicas es que, a pesar de las bases militares, Colombia sigue produciendo grandes cantidades de drogas y
Estados Unidos sigue consumiéndolas. ¿Qué pieza del rompecabezas no vemos?
La razón estriba en la red de instituciones y empresas que gravitan en torno a la lucha contra las drogas como, por ejemplo, las corporaciones de seguridad que operan en distintas partes del mundo.
Por otro lado, la industria carcelaria en Estados Unidos, cuya racionalidad mercantil se sustenta en la cantidad de presos que ingresan por asuntos relacionados con psicotrópicos, además de las contratistas militares quienes tienen ya su nicho asegurado, y ni hablar de los bancos:
En 2009, Antonio Maria Costa, el exdirector de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, afirmó que el sistema financiero se había convertido en ‘narcodependiente’.
«En muchos casos, el dinero de las drogas era la única inversión de capital líquido. En la segunda mitad de 2008, la liquidez era el principal problema del sistema bancario, así que el capital líquido se convirtió en un factor importante. Los préstamos interbancarios se financiaban con dinero que se originaba en el narcotráfico y en otras actividades ilegales… Hubo indicios de que algunos bancos fueron rescatados de esa manera», resaltó Costa.
El control social: el objetivo de siempre
Según Lander, si atendemos a las muertes relacionadas por el consumo de tabaco, resultan muchísimo mayores a las que podíamos encontrar asociadas a drogas como la marihuana o la cocaína, por ejemplo. Sin embargo, Estados Unidos, que ejerce una influencia poderosa dentro de la lógica global de penalización del consumo de drogas, mantiene una postura cada vez más inflexible, contradictoria y radical lo cual les permite seguir defendiendo su modelo guerrerista alrededor del mundo.
No existe evidencia que imposibilite abrir un debate amplio sobre la despenalización del consumo de las drogas y la regulación por parte de los Estados nacionales, tal como lo ha hecho Uruguay, por citar un ejemplo en Latinoamérica.
Negarse a ello solo contribuye a alimentar un mecanismo perverso que posibilita el hecho de que los bancos intermediarios se hagan más poderosos con el dinero del narcotráfico, los capos de las drogas sigan fabricando Estados fallidos como el mexicano y Estados Unidos sigan interviniendo militar y silenciosamente cada región del planeta tierra.
José Negrón Valera – Sputnik