Tal día como hoy, la oposición, con el apoyo de los medios, movía las últimas piezas, entre paros, manifiestos y titulares, que desembocaron en el capítulo del 11 de abril. Nunca en la historia de Venezuela ha habido una campaña mediática de desinformación como la de los días previos.
El 10 de abril de 2002 la prensa nacional anunciaba la decisión de la CTV de prolongar el paro nacional apoyado por Fedecámaras por 24 horas más. El diario 2001 ese día publicaba un perfil de Pedro Carmona Estanga que lo mostraba como “la figura de hoy” y como “empresario de vieja tradición en Venezuela”. Las piezas estaban cuadradas para el zarpazo definitivo que se daría el 11 de abril, al día siguiente, con la marcha rumbo al palacio presidencial y que El Nacional, en una edición extraordinaria, titulaba como “La batalla final será en Miraflores”.
Aunque Carlos Ortega y Pedro Carmona Estanga aparecían públicamente como los convocantes de los “paros cívicos” de aquellos días, tras los cuales se ocultaban los oscuros planes golpistas, la urdimbre conspiradora se formaba además por la cúpula de la Iglesia católica, generales traidores, partidos políticos de derecha y los medios de comunicación encargados de atizar el conflicto, enturbiar el ambiente con mentiras y manipulaciones e incrementar la campaña de odio contra el presidente Hugo Chávez Frías. La embajada norteamericana se movía en las sombras.
Carlos Ortega había declarado el 9 de abril que la CTV podía anunciar una huelga general “dependiendo del desenvolvimiento de la protesta y de la agresividad del Gobierno”. Aclaró que si la postura del Gobierno continuaba los “trabajadores tomarán las calles del país” y que serían “más activos”. Aseguró que el paro se había cumplido en 80 por ciento.
“Este pueblo ha despertado y reaccionado, aquí no habrá gobierno alguno que intimide y que pueda amedrentar a los venezolanos”, expresó.
De Pedro Carmona Estanga se afirmaba en términos laudatorios: “Volvió a dar muestras de ese liderazgo al lograr la paralización de los sectores más representativos del sector empresarial, entre ellos la industria y buena parte del comercio. Lo que lleva a afirmar que el éxito del paro de este martes puede atribuírsele a la capacidad de convocatoria del presidente del sector empresarial”.
Ni un paso atrás
En el documento “Los papeles del golpe”, publicado por la Defensoría del Pueblo, y que recoge el papel y comportamiento de la prensa en aquellos días, se señala: “Los medios de comunicación, a lo largo de 2001, desataron una campaña de desprestigio, rumores y desestabilización contra las instituciones del Estado, y de difamación contra el Presidente de la República y altos cargos del Gobierno”.
Agrega el documento: “Así se abonaba el terreno para el golpe militar. Nunca en la historia de Venezuela fue tan manipulada y engañada la opinión pública y de manera persistente y continuada, violada toda la legislación nacional referente a la libertad de expresión y al derecho a la información, incluidos los acuerdos internacionales sobre la materia suscritos por la República”.
“Esta campaña”, continúa, “las semanas previas al golpe, pasó de la distorsión y manipulación informativa a la propaganda abierta. Los medios publicaban manifiestos militares anónimos que llamaban a la subversión y al desconocimiento del gobierno legítimo y las instituciones. No les importaba que el anonimato y la propaganda de guerra estuviesen expresamente prohibidos en la Constitución Nacional. Los canales privados de televisión solían presentar a supuestos militares encapuchados que leían en cámara sus proclamas subversivas; la radio las retransmitía y la prensa las destacaba en sus primeras páginas.
El documento de la Defensoría detalla: “La mañana del 11 de abril de 2002, cuando la oposición convocó una masiva manifestación que de la ruta autorizada sería desviada hacia el Palacio de Miraflores, el diario El Nuevo País tituló en primera página: “Los militares tienen la palabra”. Había terminado la hora del disimulo. Se acabaron las claves. El llamado era cínicamente manifiesto. La marcha era cívica, pero la palabra no la tendría la sociedad civil, como creían los ingenuos marchistas, sino los militares, como lo sabían los medios. El Universal sustituyó la noticia principal de primera página por una consigna a ocho columnas: “Ni un paso atrás”. Y El Nacional lanzó una edición “extra” -recurso propagandístico tan propio de los golpes- con la “predicción”: “La batalla decisiva será en Miraflores”. Los medios, pues, adivinaban lo que estaba por pasar.
El 10 de abril, la dirigencia opositora convocó a una marcha cuya ruta original era Parque del Este y Pdvsa Chuao, que luego, de acuerdo al plan, fue desviada hacia el palacio de Miraflores. En la avenida Baralt, con participación de policías metropolitanos y francotiradores traídos de Centroamérica, se tenía montada una emboscada y masacre para luego acusar al presidente Chávez por las muertes. Así ocurrió mediante la manipulación de imágenes del canal Venevisión.
Al mismo tiempo, el alcalde del municipio Libertador, Freddy Bernal, convocó a los seguidores del presidente Chávez al puente Llaguno mientras que otros líderes chavistas llamaban a resguardar el Palacio de Miraflores.