Guerra Psicológica
Foto: Lechuguinos.com

En la antigüedad, parte de la estrategia denominada ‘asedio’ tenía por objeto vencer al oponente por desgaste y tortura psicológica.

Las noticias que llegan sobre la movilización de tropas estadounidenses a Colombia, así como las declaraciones del propio Trump, solo buscan desplegar una campaña psicológica para vulnerar lo que en Washington consideran es el centro del poder y la estabilidad de Venezuela: la Fuerza Armada Nacional Bolivariana.

Los laboratorios de guerra psicológica en EEUU entienden que, en estos momentos, no pueden seguir exprimiendo la psiquis de la clase media opositora, pues lo próximo en acontecer es la demencia total, no la acción de calle como lo esperan. Desde su punto de vista, la neurotización al extremo podría terminar causando estados de parálisis que poco convendrían a los escenarios alternos de desestabilización que planifican —guarimbas, asesinatos selectivos, terrorismo, etc—.

Para la clase media la receta es otra, es la latencia, la dosis medida y equilibrada de malestar sistemático y permanente que siga macerando la programación neuro-espiritual aplicada durante 20 años. Esperar el momento sin desconectarlos del odio. Espesar la aversión al chavismo con golpes económicos, con mensajes en las redes sociales y otros medios de comunicación que alertan sobre la futura falta de gasolina y alimentos, con el supuesto secuestro de niños, en resumen: con la alteración permanente de los sentidos para anularles la racionalidad y el juicio.

Teoría de la tortura psíquica

Robert Jay Lifton fue un eminente psiquiatra norteamericano que dedicó gran parte de su vida a explorar las consecuencias psicológicas que causa la guerra. Su libro más famoso es ‘The Nazi Doctors: Medical Killing and the Psychology of Genocide’ (Los médicos nazis: la matanza bajo supervisión médica y la psicología del genocidio), un estudio sobre los médicos involucrados en los crímenes de guerra del nazismo. Incluso fue férreo crítico de los programas de tortura implementados durante el gobierno de George W. Bush y de la participación secreta de la Asociación Estadounidense de Psicología (APA) con el objetivo de elaborar «un código ético para justificar tal programa de torturas implementado por la CIA».

Desde 1953, Lifton realizó cientos de entrevistas a soldados norteamericanos que fueron prisioneros de guerra durante el conflicto de Corea, así como a distintos estudiantes y profesores que fueron detenidos en prisiones chinas después de 1951.

La síntesis de esa investigación fue publicada en 1961 en su libro sobre ‘Reforma del pensamiento y de la psicología del totalitarismo: un estudio sobre el «lavado de cerebro» en China’. En él se exploran distintas técnicas coercitivas aplicadas a los cautivos y prisioneros de guerra en las cárceles de Corea y del propio gigante asiático. Lifton llamó a dichos métodos «la reforma del pensamiento» o «lavado de cerebro», término que fue popularizado gracias a la difusión mediática que tuvo su estudio.

Gran parte de los estudios de Lifton son parte fundamental de los manuales de tortura con que se entrenan las fuerzas especiales norteamericanas, así como los organismos consultores encargados de las labores de inteligencia y contrainteligencia, como la CIA, la NSA y el propio FBI, tal y como explica Arthur Lepic en un artículo publicado en el portal Red Voltaire. En dicha investigación, Lepic detalla cómo la aparición de movimientos guerrilleros en América del Sur y la propia guerra de Vietnam llevaron al Ejército de Estados Unidos a redactar el primer manual de conducta interrogatorio, llamado Kurbark —Counterintelligence Interrogation—.

«El manual especificaba cómo ‘llegar a ser un perfecto torturador’ con el fin de obtener rápidamente las calificaciones necesarias para llegar a ser un buen ‘interrogador’, explicando en detalle las técnicas coercitivas para llegar a este objetivo rápidamente».

Dichos manuales fueron ampliamente utilizados en la Escuela de las Américas para entrenar a militares sudamericanos pertenecientes a gobiernos pro norteamericanos en contra de movimientos guerrilleros de izquierda. En 1983, el Gobierno de Reagan aprobó una nueva versión ‘maquillada’ de dicho manual ante las críticas que previamente había recibido por parte de un grupo parlamentario del Congreso de EEUU por las atrocidades cometidas por cuerpos de combatientes, como los Boinas Verdes y los Navy Seals alrededor del mundo, pero especialmente en Centro y Suramérica. Fue así que los métodos de tortura fueron arropados bajo el eufemismo de ‘Human Resource Exploitation Training Manual — 1983 (‘Manual de Entrenamiento para la Explotación de Recursos Humanos’)’.

Sin embargo, dichos manuales usados para la tortura psicológica necesitaban aplicarse directamente sobre los cuerpos de aquellos considerados enemigos de Estados Unidos. No obstante, en 1989, el Ejército de Estados Unidos incorpora la ‘Guerra de Cuarta Generación’ como parte de su doctrina militar y las técnicas de guerra psicológica y de ‘lavado cerebral’ pasan a considerarse un arma prioritaria que va a transcender tiempo y espacio, ayudadas por las distintas tecnologías de comunicación e información.

Ya no se requería contar con la presencia física para ser objeto de torturas psicológicas, pues la guerra, a partir de ese momento, se libraría en un nuevo campo de batalla: la mente de los individuos.

Ocho pasos de tortura psicológica

La tarea de la guerra psicológica es minar la base de apoyo de quienes simpatizan con la Revolución Bolivariana o cualquier otra corriente progresista, borrar el chavismo como corriente ideológica, como forma de participación política, incluso como cultura.

En este sentido, se han ensayado contra Venezuela toda una compleja trama de estrategias de manipulación psicológica, donde se nota la influencia de los trabajos de lavado cerebral analizados por Lifton. Sin embargo, como el punto de mira está sobre el chavismo, la búsqueda de la culpabilización y la desintegración de los lazos afectivos y emocionales con el proyecto político se hacen más evidentes.

Para avanzar en dicha estrategia, lo esencial es lograr un «encuadre» para que funcione de manera óptima dicha tortura.

Al respecto, los formadores de opinión, a través de los medios de difusión a su alcance, en especial las redes sociales, funcionan como ‘Torturadores’ —tomando en cuenta el modelo de Lifton— y su tarea consiste en imponer el marco general sobre el cual se desarrollarán las acciones de asedio psicológico contra el chavismo.

A partir de este punto se despliegan las distintas fases de la operación y que detallaremos a continuación.

  • Paso 1. «No eres tú quien piensa»

La idea general es realizar un ataque sistemático a la identidad de la persona y sus creencias. Hacerle pensar que sus razonamientos o ideas son absolutamente influenciados por otros. Lifton detalla que en el caso de los prisioneros de guerra, se les sometía durante semanas a un «ataque de forma constante hasta que la víctima estaba exhausta y confusa, y su escala de valores se tambaleaba».

  • Paso 2. «Eres malo»

En este momento, lo esencial es sacudir a la persona con una artillería de acusaciones para generar un sentimiento de culpa por su filiación política. Para Lifton, el objetivo era generar en la víctima vergüenza de su comportamiento, como si todo lo que hubiera hecho fuese un error.

  • Paso 3. «Y sabes que lo eres»

El ‘torturador’ en este caso es representado por toda la red de comunicación e información que generan o se hacen eco de la estrategia de culpabilización, obliga a la víctima objeto de la presión psicológica a denunciar a su familia, a sus amigos y a cualquiera que comparta su ‘erróneo’ sistema de valores. Lifton explica que al traicionar a su círculo personal, se genera en la víctima un conflicto interno de aversión hacia sí mismo.

  • Paso 4. «¿Dónde estoy?»

«¿Quién soy y qué se supone que debo hacer?». Es el punto de quiebre para Lifton. Luego de traicionar a su gente y con un sentimiento de culpa extremo, la víctima sufre una ruptura. Sobreviene entonces la pérdida de contacto con la realidad y siente que se encuentra completamente perdido y solo. En este sentido, es posible incluso que comience a identificarse y a aceptar a sus torturadores.

  • Paso 5. «Yo puedo ayudarte»

En este momento, quien aplica la tortura pasa a ofrecer una pequeña muestra de amabilidad: «Un vaso de agua o le pregunta algo sobre su pasado», incluso le plantea la posibilidad de que sean perdonados «sus pecados o culpas». La víctima, que se halla completamente cansada de enfrentar un estado de tensión y sometimiento permanente, acepta ese pequeño gesto con una enorme gratitud y alivio, casi «como si le hubiera salvado la vida».

  • Paso 6. «Ayúdate a ti mismo»

Es el momento de la confesión. La víctima de tortura psicológica, al no poder resistir la tensión entre el sentimiento de culpa y la muestra repentina de compasión por parte de su torturador, admite «pecados» inexistentes como el de «avergonzarse por haber sido chavista».

  • Paso 7. «Por esto sientes dolor»

Luego de haber sido sometido a semanas, meses, años de continua persecución, la víctima ya no entiende qué ha hecho mal. Solo tiene la certeza de que está equivocado. Esta situación de desestructuración provoca muchos vacíos en su mente que el torturador se encargará de llenar a través de escoger un enemigo adecuado: «La culpa es del Gobierno, es de Chávez, es de Nicolás Maduro».

  • Paso 8. «No soy yo, son mis creencias»

El alivio definitivo llega cuando la víctima entiende que existe una causa externa para sus errores. La solución termina siendo denunciar todo su anterior sistema de valores y creencias, desligarse individualmente de él y lograr la salvación a través de una declaración de principios que lo hace algo distinto de lo que fue. En este caso, Lifton expone que la víctima termina identificándose completamente con su torturador.

Crímenes de lesa humanidad

La tortura psicológica aplicada contra el chavismo ha instigado la persecución contra quienes se identifican con dicha corriente política, y además ha promovido crímenes de odio como los registrados durante las guarimbas de 2014 y 2017.

En 1984, 156 países que integran la Organización de Naciones Unidas firmaron la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes. En dicho documento se define la tortura de una manera amplia:

» (…) se entenderá por el término ‘tortura’ todo acto por el cual se inflija intencionadamente a una persona dolores o sufrimientos graves, ya sean físicos o mentales, con el fin de obtener de ella o de un tercero información o una confesión, de castigarla por un acto que haya cometido, o se sospeche que ha cometido, o de intimidar o coaccionar a esa persona o a otras, o por cualquier razón basada en cualquier tipo de discriminación, cuando dichos dolores o sufrimientos sean infligidos por un funcionario público u otra persona en el ejercicio de funciones públicas, a instigación suya, o con su consentimiento o aquiescencia (…)».

Es posible considerar que la estrategia de asedio psicológico, inscrita en la doctrina de guerra no convencional estadounidense, y empleada de manera directa por sus funcionarios públicos (entiéndase John Bolton, Mike Pompeo, Marco Rubio y hasta el propio presidente Trump), así como de forma indirecta a través de operadores mediáticos venezolanos (figuras públicas, periodistas, políticos) se constituye en un delito tipicado en el derecho internacional.

La discriminación y la persecución política no solo se viralizan bajo la mirada complaciente de los liderazgos políticos de oposición, sino que se traspasa de generación en generación con pasmosa y preocupante velocidad.

Y puede que no sea azarosa la naturalización del asedio, la instigación al odio y la persecución del chavismo, sino la consecuencia bien planificada de lo que siempre ha afirmado el periodista francés Thierry Meyssan es el plan de dominación de Estados Unidos y la OTAN al respecto de Venezuela: su destrucción como Estado-Nación, es decir, implosionar por completo el vínculo afectivo y espiritual entre los ciudadanos.

Mucho más que las balas y las bombas, es esta la amenaza más grave y quizá invisible a la que se enfrenta actualmente el país suramericano: el fin de la utopía de una sociedad sensible, solidaria y más justa.

Cortesía de Sputnik – José Negrón Valero